Dinora Pérez. Empresaria.
Perdió su empleo en la pandemia y conoció la desesperación. Conozca cómo Dinora se reinventó con éxito para cumplir el sueño de toda su vida
La idea de dejarlo todo y aventurarse a empezar un negocio propio es algo que cruza por la mente de muchas personas en algún momento. No obstante, con el tiempo, la rutina y las obligaciones nos devuelven a la realidad y el deseo de emprender se desvanece.
Para algunos, emprender no es una elección, sino una necesidad. En El Salvador, año tras año, miles de jóvenes intentan incorporarse al mercado laboral, pero las oportunidades escasean. La llegada de la pandemia en 2020 solo empeoró la situación. De la noche a la mañana, los comercios cerraron, algunas empresas redujeron su personal y otras cesaron sus operaciones.
Dinora fue una de las personas que se quedó sin empleo. Las circunstancias y la necesidad la convirtieron en una emprendedora. Hoy en día, lidera un emprendimiento de cosmética artesanal reconocido por atraer tanto a turistas locales como internacionales, que le ha permitido disfrutar de la independencia que siempre anheló. Sin embargo, su camino estuvo lleno de obstáculos. Según sus propias palabras, su éxito fue el resultado de una lucha tanto interna como externa.
Dinora nos cuenta su historia mientras nos encontramos sentados en una pequeña oficina de FUSAI. El cielo amenaza con lluvia que nunca llega, como si el clima mismo reflejara la incertidumbre que vivió al inicio de su viaje. Sus manos juegan con la correa de una mochila que reposa a su lado. Más tarde, señalando el bulto, comenta: “Siempre llevo productos para mis clientes cuando salgo, especialmente si están cerca de donde me encuentro”. Esta declaración resume la dedicación que le ha puesto a su negocio.
Ella es una empresaria, madre de dos hijos adultos que viven con ella en una casa ubicada en el cantón El Progreso, en las frescas y fértiles montañas del volcán de San Salvador, lejos del bullicio de la ciudad. En su pequeño terreno, además de cuidar perros rescatados, cultiva sábila, romero, rosas y otras plantas que utiliza para sus productos. “Después de la pandemia, todo se detuvo. No tenía trabajo y me preguntaba qué podía hacer”, recuerda. Siendo ella una persona activa que anhelaba su independencia económica, se vio abrumada por el desempleo. Decidió entonces inscribirse en varios cursos, siendo uno de ellos sobre cosmética artesanal, el que transformaría su vida.
Tiempo después, gracias al apoyo del dueño de la finca de café San Cristóbal, quien le ofreció un espacio en sus instalaciones, Dinora abrió un pequeño local en esta zona turística del Boquerón, aprovechando el constante flujo de visitantes nacionales e internacionales para vender sus productos.
“Me encantó la idea de hacer champú artesanal. Todos usan champú, pensé”. A pesar de su entusiasmo inicial, las dudas no tardaron en aparecer. “¿Cómo voy a vender esto? ¿La gente lo comprará? ¿Qué precio debo ponerle?”, se preguntaba. A pesar de que el temor a fracasar la acechaba, su anhelo de independencia era más poderoso.
Los primeros meses fueron duros. Dinora recuerda las largas horas que pasaba ajustando fórmulas y perfeccionando sus productos. “Hubo días en los que me pregunté si todo esto valdría la pena”, admite, pero con la ayuda de amigas y el acompañamiento de profesionales, siguió adelante produciendo su producto de lo que cultivaba en su terreno. Esta práctica, de producir lo que tiene demanda, es común entre empresarios que operan en zonas turísticas, donde alrededor del 60% venden productos elaborados por ellos mismos.
Uno de los momentos clave en su trayectoria fue cuando una clienta extranjera, dudosa al principio, quedó sorprendida por la calidad de sus productos.
—“Le prometí que, si no le gustaba, le devolvería su dinero. La señora regresó quince días después, pero no para reclamar, sino para agradecerme”, dice con una sonrisa.
En este momento, Dinora supo que estaba en el camino correcto.
— “Me dije: ya llegué, ya estoy donde quiero estar”, afirma con genuino orgullo.
El negocio comenzó a crecer y vinieron nuevos clientes. En poco tiempo, para su sorpresa, sus champús artesanales estaban cruzando las fronteras salvadoreñas, rumbo a España, Estados Unidos y Australia, gracias a las recomendaciones de sus clientes y la calidad de sus productos.
Dinora sabe que el éxito no fue solo fruto de su trabajo artesanal.
— “Lo que me ayudó fue capacitarme. Si no hubiera aprendido sobre administración, costos y planes de negocio… estaría andando a ciegas”, comenta.
La Escuela de Empresarios Líderes MYPE – LID – de FUSAI fue crucial en su crecimiento, tanto como emprendedora como persona. Antes de unirse al programa, su meta era vender localmente y mantenerse en el mercado nacional. Sin embargo, tras expresarle al coach su nuevo deseo de expandirse más allá de las fronteras, recuerda con emoción las palabras de su instructor: “Tu visión sigue intacta, lo que ha cambiado es tu misión”. ¡Un momento que nunca olvidará!
El éxito en su negocio también ha tenido un impacto en su comunidad. Ahora colabora en el rescate de animales callejeros y brinda su ayuda en donde puede. “En la vida, no solo es recibir, también es importante devolver”, reflexiona.
Al consultarle sobre qué consejo le daría a alguien que está comenzando a emprender, sin dudar, responde:
— “Hay que capacitarse. Si no te preparas, no puedes crecer. Yo aprendí eso al entrar a la Escuela LID”. Y añade: “Eso te ayuda a abrir la mente, a crecer y tomar decisiones con la seguridad de que cada paso está respaldado por el conocimiento adquirido en la escuela”. En sus palabras, hay sabiduría y experiencia, pero también un recordatorio: el éxito no es solo una cuestión de trabajo duro, sino de preparación y apoyo. De acuerdo con el Informe 2024 del Observatorio MYPE de FUSAI, esta opinión la comparten 4 de cada 10 empresarios que operan en sitios turísticos.
Dinora ha alcanzado lo que muchos sueñan: independencia económica y laboral. Lo que queda claro en su historia, no es solo el éxito comercial que ha construido, sino el peso de todo lo que ha dejado atrás: la incertidumbre y la duda sobre sus capacidades.
Al llegar al final de la conversación, el cielo sigue gris. Pero a diferencia de ese primer día en que la pandemia cerró puertas y llenó su vida de incertidumbre, ese mismo cielo parece un testigo sereno del futuro que ha construido. Para Dinora, emprender no es solo un negocio; es una forma de vida, una declaración silenciosa de que, pase lo que pase, ella siempre encontrará la manera de seguir adelante. Con esa misma convicción, se despide, segura de que lo mejor está por venir.