Opinión
La competencia no es un monstruo a derrotar, sino un espejo que nos invita a repensar cómo hacemos negocios
Roxana Girón – Coordinadora de programas de la Escuela LID
La realidad de las MYPE en El Salvador es complicada, pero no puede seguirse ignorando: la mayoría no nacen de una visión empresarial sólida, sino de la necesidad urgente de sobrevivir, de cubrir gastos del hogar o suplir la falta de empleo. El resultado es un sector dominado por empresas de subsistencia. Según datos del Observatorio MYPE, siete de cada diez apenas generan lo suficiente para sobrevivir un día más.
Este origen explica por qué tantos negocios terminan pareciéndose entre sí, ofreciendo casi lo mismo y compitiendo únicamente en precio. Ese círculo vicioso no abre puertas al crecimiento, solo perpetúa la fragilidad del sector. El más reciente Informe de Dinámica Empresarial MYPE en El Salvador, correspondiente al segundo trimestre de 2025, lo confirma: la principal barrera para crecer que enfrentan los empresarios MYPE es el aumento de la competencia, que se origina principalmente porque demasiados negocios ofrecen lo mismo.
A ello se suman las limitaciones estructurales que siguen marcando al sector: bajo nivel educativo —apenas cuatro de cada diez empresarios alcanzaron estudios superiores al bachillerato— y un alto grado de informalidad que dificulta el acceso a financiamiento. Estas condiciones son la receta perfecta para que se repitan modelos similares y se opte por competir en precios, en vez de innovar o diferenciarse.
La pregunta inevitable es: ¿qué pueden hacer entonces las MYPES salvadoreñas para romper esta dinámica?
Los negocios que sobreviven no son los más grandes ni los más fuertes, sino los que mejor se adaptan
La frase anterior,inspirada en la premisa de Charles Darwin sobre la evolución, aplica también al mundo empresarial y el contexto actual que enfrenta la MYPE: en un mercado saturado, la clave no es resistir más que los demás, sino atreverse a ser diferente y adaptarse.
En el caso de las MYPES salvadoreñas, la realidad es clara: cuando todos ofrecen lo mismo, el único recurso inmediato parece ser bajar precios. Sin embargo, esa estrategia no solo reduce la rentabilidad, sino que atrapa al negocio en un ciclo sin salida. Competir únicamente en precio es competir hacia abajo, un camino que desgasta y debilita en lugar de abrir posibilidades de crecimiento.
Aquí es donde la estrategia de diferenciación cobra sentido. Como recuerda el teórico empresarial W. Chan Kimy: “Cuando un mercado se vuelve demasiado competitivo, la única salida es dejar de competir en lo mismo que todos.” Michael Porter, profesor de la Escuela de Negocios de la universidad de Harvard, lo complementa señalando que “la estrategia consiste en diferenciarse. No se trata de ser mejor en lo que haces, sino de ser diferente en lo que haces”. Ambas ideas nos muestran que la salida no está en la imitación, sino en la creación de propuestas de valor distintas, capaces de darle al cliente una razón clara para elegirnos frente a la abundancia de opciones similares. Esto aplica no solo para grandes negocios, sino también para pequeñas empresas.
La diferenciación puede tomar formas diversas, incluso en negocios pequeños, y no siempre requiere grandes inversiones. Lo esencial es comprender que cada decisión, por pequeña que parezca, contribuye a sacar al negocio del anonimato y convertirlo en una opción recordada y preferida por el cliente. En última instancia, adaptarse significa transformarse: es necesaria una verdadera metamorfosis en el modelo de negocio, y esta solo cobra sentido si responde a una estrategia de diferenciación.
La diversificación como camino hacia la resiliencia
Peter Drucker, uno de los pensadores más influyentes en el mundo de la administración, afirmaba que en los negocios, como en la vida, la única certeza es la incertidumbre, y que la diversificación es el mejor antídoto. Esta idea encaja perfectamente con la realidad de las MYPES salvadoreñas, un sector marcado por la fragilidad y expuesto a constantes cambios.
Depender de un solo producto o servicio limita el potencial de cualquier empresa. Esta dependencia no solo restringe la posibilidad de atraer a una clientela más amplia, sino que además vuelve a la empresa vulnerable frente a la competencia, los cambios en la demanda o las dificultades en la producción.
La ampliación de la oferta de productos o servicios, en cambio, abre nuevas posibilidades. Así, una empresa puede atender diferentes necesidades de los clientes, generar múltiples fuentes de ingreso y reducir su exposición a los vaivenes del mercado. Al mismo tiempo, esa diversificación fortalece la propuesta de valor: hace que la empresa sea percibida como más completa, más flexible y, por lo tanto, más competitiva.
Aunque lo parezca, este proceso no exige transformaciones inalcanzables. Un negocio puede diversificarse al complementar su oferta con productos relacionados, al explorar nuevos canales de distribución o al adaptar su propuesta a distintos segmentos de clientes. Lo esencial es comprender que la diversificación no es un lujo reservado para grandes empresas, sino una estrategia de supervivencia para quienes quieren crecer en un entorno adverso.
El primer paso es atreverse
La experiencia demuestra que las MYPE que logran trascender no son necesariamente las que más trabajan ni las que más se esfuerzan, sino aquellas que aprenden a pensar de manera estratégica.
El reto para las MYPE salvadoreñas no es seguir imitando al vecino ni desgastarse en guerras de precios que solo debilitan. El verdadero camino está en atreverse a ser diferentes, en diversificarse y en construir propuestas de valor capaces de hacer irrelevante a la competencia.
Como en la naturaleza, en los negocios sobrevive quien mejor se adapta. Y en este contexto, adaptarse significa evolucionar: dejar de competir en lo mismo de siempre y abrir nuevas rutas hacia la sostenibilidad y el crecimiento. El futuro de las MYPE no está en la subsistencia, sino en la valentía de transformarse.